Luis Enrique “Katsa” Cachiguango
kachiwango@gmail.com
Una vez culminado el ciclo de la preparación del suelo, llega el tiempo de las primeras siembras. Comenzamos desde el 4 de octubre, día dedicado a San Francisco de Asís en el calendario accidental-católico. Este santo es considerado protector de la agricultura. Él ayuda y bendice los sembríos. Es el momento propicio para poner en práctica los conocimientos tecnológicos que nuestros mayores nos han dejado para hacer buena chakra.
Nosotros practicamos la agricultura de alturas, como también de terrenos planos. Los surcos se realizan siempre de manera transversal, además se hacen con el azadón canales de desagüe en los cuatro lados del terreno y se ponen canales inclinados con dirección a los desaguaderos naturales de aguas lluvia. Para iniciar las siembras, los mayores siempre nos han enseñado a orar en el campo:
"Pienso que gritaban por agradecimiento y rezábamos mucho, hacíamos todo, nos santiguábamos para la cosecha y para sembrar. Luego de sembrar se sacaba el sombrero y se rezaba, a manera de ofrecerle un saludo al padre Imbabura. Así sembrábamos antes, así he visto a los mayores. Pero en este tiempo ya no hacemos eso, ahora sembramos como quiera y regresamos no más".
Los hombres hacemos el surco y ayudamos a las mujeres en la siembra. Las mujeres al momento de iniciar la siembra también realizan sus plegarias en Kichwa invocando a las deidades autóctonas e impuestas:
"Jesús, Jesús, Jesús, padrecito Atsil, padrecito San Francisco, madrecita tierra, permite que produzca bien para tener alimentos para mis hijos".
Junto a dos, tres o cuatro granos de maíz, como señalamos al inicio, sembramos el fréjol de enredadera y el fréjol rastrero. Esto responde a una tecnología de agricultura asociada.
La característica andina de la siembra del maíz es la profunda espiritualidad de este tiempo, en donde la comunión del runa con la Pacha-Mama permite la crianza de una nueva vida. Esta visión en nuestros días es inexistente y su práctica se ha reducido solamente al trabajo de la siembra. Esta realidad era de esperarse ya que durante muchos siglos, el mundo científico-cristiano occidental ha combatido por todos los medios de erradicar estos valores, lucha que en la actualidad continúa desarrollándose desde las aulas de clase del sistema educativo vigente respaldado por el sistema político y económico depredador y globalizante.
Sin embargo, desde los rincones olvidados de la Pacha-Mama, desde las profundidades de la madre tierra, nuevamente empiezan a susurrarse las voces que obligan a los runa-s a ser más seres humanos, más sensibles al comportamiento de la madre naturaleza que hoy por hoy está obligando la humanidad a volver los ojos a la tierra. Y en este contexto, los pueblos andinos llevamos la delantera a la humanidad.
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